José Carlos Villena, Subdirector Área Financiación del Desarrollo y Gestión Europa.

Madrid, 18 de abril de 2018.

Uno de los conceptos que más me fascina es el del límite o los límites. Nuestra existencia consiste en una permanente búsqueda de los mismos: los vitales, los profesionales...Tan sugestivo es el concepto, que un Límite matemáticamente puede tender a infinito, o lo que es lo mismo, puede representar la mayor de las contradicciones, lo infinito puede ser expresión de lo finito.

Sin duda por mi formación económica, el límite o concepto de límite que más me ha influido es el de la “Frontera de Posibilidades de Producción” o FPP, perfectamente ilustrado por Samuelson en su ejemplo de los cañones y la mantequilla. La economía, esa disciplina relativa a la gestión de la escasez de recursos, no se entendería sin esta contribución del modelo marginalista.

La FPP ha configurado conceptos económicos básicos, como el Coste de Oportunidad, pero se ha visto contestada y cuestionada por el factor de la tecnología. No obstante, poco a poco ha retornado al centro de la escena gracias al incremento de la conciencia de lo finito de nuestro planeta y de la imposibilidad de seguir desplazando la frontera sin límite mediante el desarrollo tecnológico.

De esta forma, hemos descubierto la nueva trampa maltusiana, la “Frontera Ecológica de Producción” o FEP. Los límites ecológicos no pueden ser superados sin consecuencias irreversibles, ni pueden ser desplazados sin un coste agregado superior al valor del producto de ese desplazamiento. Pero de nuevo el camaleónico concepto de límite puede ocultar un volumen indeterminado de oportunidades.

La transición hacia nuevas formas de producción sostenibles respetuosas con la FEP es una tendencia iniciada ya hace unos lustros, pero que ha tenido un espaldarazo definitivo con el acuerdo de París, en el marco de la vigésimo primera sesión de la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP21) celebrada el año pasado.

El acuerdo de París entró en vigor el pasado 4 de noviembre de 2016, al ser ratificado por al menos 55 países que representasen más del 55% de las emisiones de efecto invernadero. En mi opinión, una de las grandes novedades del Acuerdo frente a anteriores es el hecho de que la financiación ha estado en el centro del debate y forma parte fundamental del propio Acuerdo. De esta forma, los países desarrollados se han comprometido a aportar 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020.

Adicionalmente, dentro del marco de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, desde 2015 se encuentra plenamente operativo el Fondo Verde Contra el Cambio Climático que se espera sea pieza fundamental en el esfuerzo internacional en la lucha contra cambio climático. El Fondo Verde ha obtenido compromisos de contribución de los diferentes países por importe de 10.000 millones de USD y se ha marcado un objetivo de movilización de financiación a proyectos tanto públicos como privados de adaptación o mitigación contra el cambio climático de 100.000 millones de USD antes de 2020. La próxima definición de la ventanilla del Sector Privado que permitirá la participación del Fondo, a través de Entidades Acreditadas, en proyectos estrictamente privados, se constituye como una de las fuentes de financiación más relevantes a mantener en el radar para los próximos años.

Y de nuevo la paradoja del concepto de Límite como algo difícilmente cuantificable vuelve a materializarse. Los actores económicos que entiendan el ingente caudal de posibilidades que se abren en el marco del cambio climático y consigan comprender sus mecanismos, se verán recompensados al observar que su Límite puede empezar a tender a infinito.