Rodrigo Madrazo García de Lomana, Director General de COFIDES.
Madrid, 14 de mayo de 2020.
La crisis sanitaria está dejando un panorama desolador para la actividad económica internacional. Para muestra dos botones. El comercio mundial de mercancías caerá entre un 13% y un 32% en 2020 según la OMC. Por su lado, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) proyecta una caída de los flujos internacionales de inversión extranjera directa (IED) de entre el 30% y 40% para este año. Las predicciones podrían agravarse si se endurecen las medidas proteccionistas que ya asoman y, peor aún, si la crisis acaba trasladándose al sector financiero.
Aun cuando se afirma en las escuelas de negocios que toda crisis genera oportunidades, el dicho no encaja bien en la coyuntura actual que, más bien, dará lugar a un “reseteo”. En efecto, cuando se reactive la actividad productiva la realidad será distinta. Aquellas empresas que aspiren a ser competitivas en los mercados internacionales deberán plantearse su posicionamiento ante la nueva realidad no como una oportunidad sino como una necesidad. Este ejercicio obligará desplegar dosis nada desdeñables de inteligencia y audacia por parte de los órganos de gobierno y gestión empresariales, entre otros, en los ámbitos que siguen.
Diversificación geográfica. Aun siendo global, la pandemia no ha afectado a todas las regiones por igual. De ahí que la diversificación tenga sentido. Además, ciertos países han sido capaces de responder al virus con más eficacia y parecen mejor preparados ante eventuales nuevas olas de contagio. El caso de China es claro. Las empresas con exposición a aquel país fueron las primeras en preocuparnos, pero pocas semanas después parecen gozar de ventajas relativas en términos de una menor vulnerabilidad.
Reordenación sectorial. Aquellas actividades que se basan en la provisión o prestación no presencial de bienes y servicios están padeciendo menor daño y parecen llamadas a un mayor dinamismo futuro. Por citar algunos ejemplos, las tecnologías de la información aplicadas a la educación en línea, la formación profesional o el teletrabajo serán uno de los sectores reforzados. La industria de la biotecnología recibirá mayor atención por parte de inversores públicos y privados. Por otro lado, los sectores esenciales, aquellos que no pueden parar ni siquiera en medio de una pandemia, seguirán siendo un valor relativamente seguro, que tendrá que reforzar las condiciones de higiene y seguridad en el trabajo, así como la prevención de riesgos laborales.
Cadenas de valor. El COVID-19 reforzará la resiliencia como rasgo distintivo de las cadenas de valor, especialmente en actividades estratégicas, frente a su eficiencia. En otras palabras, se priorizará la seguridad en el suministro de los bienes intermedios frente a su coste. Como consecuencia, la tendencia hacia el acortamiento y la regionalización de las cadenas se acentuará. Desde el punto de vista corporativo, el reto para el futuro será, por un lado, reforzar la autonomía de nuestras empresas respecto de inputs estratégicos y, por otro lado, conseguir mayor valor añadido en las aportaciones a las cadenas de valor internacionales mediante la innovación y la diferenciación en relación a otros competidores.
Proyectos “brownfield”. Según los estudios de Amy Gallo, conseguir un cliente nuevo resulta entre 5 y 25 veces más caro que mantener uno existente. Además, al generar un ingreso más estable y predecible, los clientes recurrentes resultan altamente beneficiosos para la cuenta de resultados. Estas conclusiones resultan extrapolables al mundo de la inversión extranjera directa. En estos tiempos del COVID-19 se aprecian considerables retrasos en proyectos “greenfield” y el crecimiento inorgánico a través de fusiones y adquisiciones está cercano a la parálisis. En consecuencia, la reacción racional de corto plazo para asegurar la recuperación será focalizarse en los proyectos existentes y no hacer depender el futuro del negocio de aquellos proyectos más inciertos y susceptibles de sufrir retrasos o cancelaciones.
La financiación sostenible y la inversión de impacto. Estas prácticas se han asentado en los mercados financieros internacionales en los últimos años. Cada vez más actores incluyen consideraciones sociales y ambientales en sus decisiones de inversión y apuntan a la consecución de impacto en las comunidades en las que operan, ya sean locales o globales. Dado que el COVID-19 dificultará el cumplimiento de la Agenda 2030 será necesario apuntalar la inversión internacional en torno a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La sociedad lo exigirá y el deber de inclusión social y responsabilidad medioambiental será inexcusable para todas aquellas empresas beneficiarias de las ingentes ayudas públicas.
El reposicionamiento empresarial ante la nueva realidad definirá el futuro perfil competitivo de nuestro sistema productivo en la escena internacional. La cuestión no es baladí habida cuenta de la forma en que el sector exterior ha tirado de la economía en crisis pasadas.
Las nuevas estrategias empresariales exigirán un fuerte y certero apoyo financiero. A diferencia de al Gran Recesión la liquidez no es hoy un problema. Las estrecheces proceden de las dudas sobre la solvencia corporativa y de la falta de apetito por el riesgo asociado a inversiones de largo plazo en un entorno de gran incertidumbre.
La respuesta de política pública en materia financiera se ha centrado hasta la fecha en mantener el tejido productivo a flote a través del apoyo financiero al gasto corriente y el capital circulante. Pero más allá de la supervivencia, llega la hora de pensar en el crecimiento y la competitividad futura. La audacia empresarial deberá encontrar una respuesta pública firme y determinada que atenúe esa falta de apetito hacia la inversión productiva.
* Artículo de opinión publicado originalmente en el diario Cinco Días, el 14 de mayo de 2020.